jueves, 20 de octubre de 2011

Venezuela en Colombia

Para una amiga del alma que me habló de esto primero.

Atrás quedaron los tiempos en los que Venezuela era un emporio de riqueza generada por el petróleo –la Venezuela Saudita de la que hablara Domingo Alberto Rangel– y un sueño para los colombianos, que canjeaban su habilidad para el trabajo por las ganancias en los bolívares fuertes de entonces y el bienestar de un país próspero que permitía ahorrar, capitalizar y enviar apoyo económico al resto de  la familias que se quedaba en Colombia.

Esa Venezuela sencillamente ya no existe. Y aunque en Colombia hay vientos de cambio y signos de prosperidad, subsisten problemas, y no sería exacto afirmar que estamos en el paraíso.

Pero una mayoría de venezolanos piensa algo así. Es decir, que Colombia es un país en ascenso, donde hay seguridad y bienestar, comparado con el suyo que atraviesa por una crisis. Así lo confirma el acento venezolano que se oye fácilmente en los supermercados, centros comerciales y universidades colombianos. Por lo menos en Bogotá.

Ya es común oír a alguien decir que en su edificio hay no uno, sino dos o tres apartamentos ocupados por familias venezolanas. Y hay una penetración lenta y silenciosa de empresas venezolanas en el paisaje colombiano y de ciudadanos venezolanos en otros campos, como la cultura. La vemos mejor quizá quienes algún día pasamos por allí y aprendimos a tener dos patrias sin faltarle a ninguna.

En los almacenes Éxito, hoy de propiedad francesa pero de origen y todavía de sangre antioqueña,  los estantes de arepas ahora están dominados por una marca que no tiene nada de paisa. Arepas P.A.N. producidas por Polar de Colombia, fábrica que obviamente es la misma del grupo empresarial de la familia Mendoza, de Caracas.

En los mismos Éxitos se consigue hace años cerveza Regional enlatada en Maracaibo, más barata que la que produce Bavaria, en Colombia, pero en todo caso para quienes tenemos la sangre y el corazón repartidos entre las dos naciones podría ser mucho más. Así como en nuestros viajes vemos que las venezolanas se pueden vestir interiormente gracias a Leonisa. Y que en sus centros comerciales tienen las opciones colombianas de Naf Naf, Armi, Pronto, Gef y Color Siete, porque la industria venezolana apenas existe.

No vamos a repetir como si fuera un descubrimiento nuestro lo que ya la revista Semana publicó en una historia de portada titulada “Llegaron los venezolanos”, que causó bastante interés entre mucha gente del país vecino.

Capítulo interesante de este fenómeno lo constituye la variedad de restaurantes montados por venezolanos en Bogotá.

No, no es solo la Arepería de la 85 con 13. Ni Budares, el negocio de arepas que reemplazó al café D’s Madre de la 11 con 73, cerca de la Porciúncula y el Gimnasio Moderno, esos sectores tan pero tan bogotanos. Es mucho más.

Las guías gastronómicas de internet tienen una oferta de puntos venezolanos realmente llamativa y abundante. Abba Parrilla en la carrera 15 con 95, Piccola Venezia en la 96 con 11 A, por ejemplo.

Y no es solo en el Chicó, la cosa. También hay delicias venezolanas más al norte, en Villa del Prado, en barrios populares como Rionegro y cerca de la zona de Ecopetrol o Parque Nacional, hay negocios con sazón venezolana.

Está cerca el día en que los colombianos sepan qué son los cachitos de jamón, las cachapas, el pabellón, la chicha, los tequeños, los pepitos, la Reina Pepiada y el queso de mano. Hasta las mandocas maracuchas. Y quizá sabrán también que para un venezolano no hay navidad sin hallacas y pan de jamón.

Y así debe ser, porque si ha habido diferencias históricas y en algunos casos animadversión y enemistad, el destino de dos países hermanos tiene que ser común, aún en medio de las diferencias. Aunque suene a retórica.

Pero es que muchas de esas delicias de la mesa venezolana tienen su equivalente en Colombia. Las hallacas se parecen a los tamales y la Frescolita algo tiene que ver con la Colombiana. Se puede aceptar el Chocolisto paisa cuando no hay Toddy y algo tienen que ver las arepas de choclo y las cachapas.

Hace casi cuatro décadas Ana y Jaime cantaban “Café y petróleo” y esa cumbia del mar y ese joropo del llano están cada vez más cerca. Y hoy en Colombia hablan de zaperoco y de chévere, en tanto que que en Venezuela se dice ponerse las pilas o comer patacones, en un enriquecimiento léxico recíproco.

Venezuela fue y, quiera Dios, volverá a ser un paraíso. Colombia ha sido siempre un buen vividero y un lugar grato y entrañable. A pesar de lo que sea, porque el país se ha ganado a pulso tiempos mejores. La diferencia es que acá las cosas, digamos, llegaron más lentamente y sin tanta espectacularidad.