lunes, 19 de noviembre de 2012

Autos oficiales: ¿Y esos carros negros?

Unos carros negros con cara de oficiales y marca desconocida circulan por Bogotá. ¿Europeos, japoneses, coreanos?

 
Ninguna de los tres. Son chinos. El problema es que la propia marca no aparece en la carrocería excepto el modelo, que es Besturn 70.

 
Varios de estos automóviles negros y grises con placas particulares de las que sabemos oficiales, que comienzan por OBF y por OCJ, se ven en el centro de la capital colombiana.
 


Bien. Se trata de automóviles producidos por la fábrica Hongqi, que por años elaboró los vehículos de los altos funcionarios y dignatarios del gobierno de Pekín. Hongqui traduce bandera roja, que como se sabe, es la de la República Popular China.

 
La verdad su diseño es agradable y no ofrecen la reticencia de muchos modelos chinos, endebles, feos o simplemente copias burdas de modelos occidentales.

 
Y la historia es sencilla. Los vehículos, más de 40, fueron donados por el Gobierno de China.

 
La donación de estos carros fue iniciativa del Gobierno del gigante asiático, en la Cumbre Empresarial China-América Latina efectuada el 26 de noviembre de 2009.

 
La donación fue recibida por el Ministerio de Relaciones Exteriores y lo que entonces se llamaba Acción Social. Además de la Cancillería, los carros se destinaron al Departamento Administrativo para la Prosperidad Social y la Agencia Presidencial de Cooperación Internacional de Colombia, APC-Colombia.
 

Pero hemos visto otros en las puertas de los ministerios de Cultura y de Justicia.

 
De acuerdo con las dependencias oficiales, la entrega se hizo en dos fases: en 2011 se entregaron 32 carros Hongqi Besturn B70 2.3 AT Luxury Car y 3 buses modelo XQ6861 y H2. En una segunda fase, prevista para el segundo semestre de 2012, se pactó la entrega de 12 vehículos restantes, incluyendo Hongqi Shengshi 3.0 Luxury Saloon Car.

 
Dentro de este proceso se capacitaron técnicos del Centro de Tecnologías de Transporte, del SENA, para el mantenimiento de los vehículos donados.

 
De esta forma llegaron al país los técnicos Wang Tiezheng y Lv Xiaoqiang, invitados por la embajada china.

 
 
Y esto nos da pie para intentar empezar a hacer una historia de las flotillas oficiales.


El hecho es que la flotilla uniforme, al estilo de países como Rusia, Brasil o las naciones del lejano oriente,  recuerda cuando incluso acá en Colombia la mayoría de los funcionarios tenía vehículos iguales o muy parecidos. Alguien debe recordar cómo en los 70 todos los altos oficiales de las Fuerzas Militares tenían Mercedes Benz 200. Negros para los superiores, verde oliva para los del Ejército, blancos la Armada, azules la Fuerza Aérea.
 

La propia Presidencia de la República tenía una decena de Mercedes para los secretarios. Y varias veces, en 1979 y 1988, los cambiaron por modelos más nuevos de la misma marca cuando cumplieron su ciclo.  

 
Se decía que Automercantil, el concesionario único de MB en el país, los recibía y vendía a precio comercial, a pesar de su regular estado mecánico, y por el mismo precio entregaba los nuevos que valían menos, ya que no pagaban impuestos.





Otros aseguraban que esos Mercedes manejados por soldados eran parte de canjes con café exportado a Alemania.

 
En la España franquista todos los ministros tenían esos aparatosos Dodge que buscaban imitar un carro americano. Y en Centroamérica la mayoría de los países usaban automóviles japoneses como Toyota y Nissan para sus burócratas. Y así en Francia con Peugeot o Citroen medianos.

 
Las circunstancias de seguridad, mal estado de las vías y la necesidad de alto blindaje obligaron a utilizar camionetas 4x4, generalmente Toyota.

 
Pero ahora en plena segunda década del siglo XXI este grupo de autos chinos recuerda el vehículo mediano y uniforme para los funcionarios públicos.

 
La Cancillería, en su flotilla de más de 50 vehículos, 30 de ellos Chevrolet Cruze, incorporó en el 2012 cinco de estos Hongqi Besturn, adscritos a la Dirección de Protocolo y que, naturalmente,  llevan placas diplomáticas azul y blanco.  
 

Dos Besturn en el parqueadero del Archivo Nacional,
a pocos metros de la Casa de Nariño
Todo esto parece un buen principio para volver al automóvil –luego de años de camionetas– oficial y también el regreso a un automóvil estándar. Al fin y al cabo el propio presidente se bajó de las Toyota, que ahora son parte de la escolta y comitiva de servicios, para movilizarse en sedán, en este caso de nuevo BMW del modelo la gama más alta, la serie 7. Pero esto será motivo de una crónica más amplia otro día.

viernes, 5 de octubre de 2012

Venezuela y Cuba: coincidencias sobre ruedas



Muchos hombres nacieron jugando a los soldados, a los vaqueros o a los futbolistas, y algunos, o todos en algún tiempo, jugaron con carritos. Desde los de metal traídos de Japón, Taiwán o China; de plástico caídos de una piñata o de madera y tapas de gaseosa hechos por un ebanista en el pueblo. Esa inclinación acompaña a algunos hasta la adolescencia y en ciertos casos graves, en la edad adulta.

Los automóviles se convirtieron, desde su aparición hace más de un siglo, en parte del paisaje y de los rasgos de pueblos y civilizaciones. De ahí que se hablara de los carros americanos, para diferenciarlos de los europeos, por su diferencia de tamaño y consumo. Y que en años más recientes, se hablara de coches japoneses, por su fisonomía inconfundible, a lo que siguieron los autos coreanos. Ello sin hablar de los automóviles rusos de los tiempos de la Cortina de Hierro, imitaciones de los de Detroit con aletas y enormes motores V-8 . Y ahora los chinos, que tienen de todo.

La industria automovilística norteamericana tuvo su época dorada entre los años 50, 60 y 70, en las que sus automóviles se caracterizaron por la opulencia, hasta cuando el embargo petrolero dispuesto por los jeques árabes obligó a repensar los tamaños de carrocerías y motores.

Por entonces algunos países eran satélites del mercado automovilístico gringo, especialmente los del área del Caribe. De aquel esplendor poco queda y diríamos que los vestigios se reducen a dos países: Cuba y Venezuela. Cuyos gobiernos hoy en día andan muy amigos.

Cuba es un verdadero museo de ruedas, pero con piezas de finales de los 50, cuando la revolución de Fidel tumbó a Fulgencio Batista. Los viejos y remendados Ford, Mercury, Chevrolet, Oldsmobile, Buick, Pontiac, Chrysler, Dodge, Plymouth y De Soto sobreviven por las calles de La Habana.

Y Venezuela, que fue tal vez el mejor mercado de carros gringos durante casi cuatro décadas, por la bonanza petrolera y el bajo precio de la gasolina, ahora está llena de antiguallas, muchas en estado deplorable, ante la mala situación económica del país.

Los Chevrolet Caprice, Impala y Malibú, los Ford LTD y Fairlane, los Chrysler New Yorker y los Dodge Coronet y Dart de los 70 y 80, todos V-8, circulan por las calles de las principales ciudades venezolanas y se niegan a jubilarse.

En Maracaibo, la ciudad petrolera por excelencia, las avenidas de mayor tráfico están llenas de cacharros de éstos, cuyos grandes motores se alimentan con combustible muy barato.

Resulta gracioso, pero cuando las autoridades de la ciudad intentaron sacar de las calles estas lacras de los 70 y 80, los choferes invocaron su derecho al trabajo y las autoridades de la capital del Zulia, por lo demás afines al gobernante de boína roja, les dieron gusto. Y como si fuera poco, terminaron adoptando como parte del folclor de la ciudad la vetusta flotilla de “carros por puesto”, es decir, los que venden sus cinco cupos.

Resultado, aquí vemos un Ford Fairmont 1980, que para su tiempo era un vehículo compacto en EEUU y ahora resulta grande. Y sigue campante de servicio en Maracaibo. Y al lado de compañeros de mayor alcurnia como los cotizados y viejos Caprice y LTD, ostenta con orgullo la placa de la República Bolivariana, lo único nuevo en esa tonelada de lata.

Cuba y Venezuela, guardadas las proporciones, se parecen en algo más que sus sistemas políticos y sus acentos del Caribe.