Rafael Escalona, el compositor más prolífico y sobresaliente de la música vallenata y uno de los grandes personajes de la historia musical de Colombia, nació el 27 de mayo de 1927 en Patillal, departamento del actual departamento del Cesar y que entonces hacía parte del Magdalena grande con buena parte de La Guajira.
La vida del compositor se resume en casi un centenar de canciones que, reunidas, son un compendio de la vida, la sociedad y la historia de su tierra durante la mayor parte del siglo pasado.
Si hubiera que hablar de una figura que simbolice ese género musical de acordeón que nació en esas tierras que bañan los ríos Cesar, Guatapurí , Badillo y Ranchería, asentadas plácidamente en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, no podría haber una figura más apropiada que la de Escalona.
Ese mundo mágico de guitarras y acordeones, de juglares, vaqueros, indios y contrabandistas, que quedó inmortalizado en la literatura universal de la mano de Gabriel García Márquez en ‘Cien años de soledad’, en cuyas páginas aparece este juglar.
Porque ‘Gabo’, quien fue su compañero de veladas interminables en varias ediciones del Festival Vallenato, menciona con nombre propio a Escalona en su novela cumbre -de la que afirma que no es más que un vallenato de 350 páginas-, e invitó al maestro asistir con muchos colombianos más a la ceremonia en la que recibió el Premio Nobel de Literatura de 1982 en Estocolmo.
El compositor fue hijo de Clemente Escalona Labarcés, quien obtuvo el rango de coronel en la Guerra de los Mi Días, y de Margarita Martínez Celedón que bautizaron como Rafael Calixto al séptimo de nueve hermanos
De Patillal, Rafael pasó a Valledupar, donde estudió en el Colegio Nacional Loperena, y de allí a Santa Marta, donde fue alumno del renombrado Liceo Celedón, tal como aparece consignado en las letras de varios de sus temas más famosos: ‘El testamento’ y ‘El hambre del liceo’.
El primer tema del autor lo compuso cuando solo tenía 15 años, ‘El profe Castañeda’, para despedir a uno de sus maestros, que fue trasladado a otra región, en medio del pesar de los discípulos.
Seguirían canciones que le han dado la vuelta al mundo, temas de hondo calado en la cultura de los colombianos y que expresan las costumbres, los problemas y la historia regionales: la aventura del contrabando y el comercio de la frontera que se narran en ‘El Almirante Padilla’, ‘El chevrolito’ y ‘Tite Socarrás’, la crónica de un suceso popular que constituye ‘La custodia de Badillo’, la diferencia de clase social en “La patillalera”, las historias amorosas juveniles de ‘El testamento’, el amor puro de ‘El Mejoral’, los romances de “la Maye ”, ‘La brasilera’ y ‘Dina Luz’, la ternura paterna de ‘La casa en el aire’ o la honda sensibilidad contenida en ‘Elegía a Jaime Molina’, uno de sus amigos del alma.
Otras menos conocidas, pero de gran contenido afectivo y no menos riqueza musical como ‘La muerte de Pedro Castro’, que el maestro compuso cuando el ilustre hombre público, “el hombre más grande que el Valle ha tenido”, y a quien ya nombraba en ‘La custodia de Badillo’, pereció en un accidente de carretera cerca de su finca en el Magdalena.
Pero sin excepción, todos los temas eran auténticas crónicas de aquella provincia asentada a los pies de ‘la Nevada ’, en una época en que esa música estaba reservada para hombres del pueblo y peones, cuando él era de una familia de linaje y pariente de personajes como el obispo Rafael Celedón.
Esos aires de Escalona, que al principio sonaban solo en su tierra y un poco más allá, en la Costa Caribe , saldrían hacia el resto del país, tímidamente, en la década de los 50 y poco a poco ganarían espacio en emisoras hasta quedarse para siempre en la conciencia popular, antes de trascender las fronteras.
Fue Nicolás 'Colacho' Mendoza quien vertió las canciones de Rafael Escalona al instrumento de fuelle y botones, originario de Alemania, a finales de la década de 1950, si bien por entonces los aires del compositor tenían ya gran difusión en la guitarra del trío Bovea y sus Vallenatos, con la voz de Alberto Fernández.
Dos décadas, más tarde los aires vallenatos y sus variantes de otras zonas dela Costa , como la música sabanera, habían adquirido carta de ciudadanía en los recintos del resto del país, antes de ser reconocidos en otros países latinoamericanos e incluso de otros continentes y escucharse en recintos como la Casa Blanca , en la voz de intérpretes infantiles que le cantaron al Presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, ya en vísperas del tercer milenio.
Dos décadas, más tarde los aires vallenatos y sus variantes de otras zonas de
Consuelo Araújo Noguera, quien fundara hace cuatro décadas el Festival de la Leyenda Vallenata con Escalona, afirma que el maestro Rafael "se convirtió en el gran relator, en el notario de nuestra vida hecha historia musical gracias a su talento", según escribió en su libro ‘Escalona, el hombre y el mito’.
La desparecida autora y gestora cultural recuerda que en sus comienzos, Escalona "hacía el canto memorizándose la letra y guardando la melodía en la cabeza, ya que no sabía escribir música” y luego iba donde su buen amigo Poncho Cotes y tarareaba e interpretaba en la guitarra.
Fue precisamente con Consuelo Araújo, ‘La Cacica Vallenata ’ -por el seudónimo con el que firmaba su columna en El Espectador-, con quien Escalona fundó en 1968 el Festival, con el apoyo del entonces Gobernador del Cesar y primera persona en dirigir los destinos del recién creado departamento, Alfonso López Michelsen, quien sería Presidente de Colombia de 1974 a 1978 y por cuyas venas corría sangre vallenata, pues su abuela, Rosario Pumarejo Cotes, era de esta tierra.
‘La Cacica ’ considera a Escalona "el más grande de todos" dentro de ese numeroso grupo de juglares del vallenato en el que también se cuentan compositores y músicos, muchos de los cuales le llevaban años de edad: Tobías Enrique Pumarejo, José María Gómez Daza, Emiliano Zuleta, Alejo Durán y Leandro Díaz, Luis Enrique Martínez, Lorenzo Morales, Juancho Polo Valencia, Náfer Durán, Abel Antonio Villa y muchos más.
Rafael Escalona vivió casi siempre en Valledupar, salvo excepciones. En 1975 fue nombrado cónsul de Colombia en Colón (Panamá) y parte de sus últimos años los pasó en Bogotá, donde ya era familiar en los círculos sociales y culturales de Bogotá y en las asociaciones musicales, su estampa misteriosa, envuelto en un abrigo de paño y con sombrero alón.
Pero no faltaban sus escapadas a su región natal y a otros puntos de la Costa Caribe.
“Seguido por un regimiento de amigos y partidarios irreductibles, como él, en su empeño de de vivir intensamente y apasionadamente, la vida de Escalona fue nada más ni nada menos que un solo canto largo y continuado”, recordaba Consuelo Araújo.
Y así iba Rafael Escalona de Valledupar a La Paz , de Patillal a Codazzi. Amanecía en Villanueva, o en Manaure, por la tarde pasaba por Juan del Cesar o Fonseca, Barrancas, Urumita o El Molino, donde la gente, sin distingos, silbaba o entonaba fragmentos de esas crónicas cantadas que son sus canciones.
Y atendía en Valledupar, en los días de Festival, la invasión de cachacos atraídos por la hospitalidad de los vallenatos y sus casas señoriales con enormes patios sombreados por ‘palos’ de mango.
En sus últimos, sin dejarse vencer por los achaques de la vejez, iba y venía y vio enterrar a amigos y contemporáneos, como ‘el doctor López’, que falleció en 2007 y cuya desaparición le impactó hondamente.
Uno de sus últimos viajes fue a mediados de ese año a Nabusímake -tierra donde nace el sol- que es la capital arhuaca de la Sierra Nevada por el lado cesarense. Allí asistió a un pagamento, ceremonia organizada para desagraviar a la tierra paradisíaca de esos aborígenes de mochila que de vez en cuando bajan de la Sierra al Valle.
Ese día el maestro Escalona sufrió una indisposición de salud que hizo temer a los invitados. Fue entonces cuando Carlos Vives, quien llevara los aires de Escalona a la televisión, como actor, y a las emisoras juveniles de muchos países en los últimos quince años como intérprete, acudió angustiado y de prisa a auxiliar al compositor y le dijo: ‘Maestro, no se nos vaya, que usted es nuestro padre”.